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lunes, 24 de enero de 2011

Que no se nos vaya a la cabeza.

President Dieter F. Uchtdorf

Cuando se me llamó como Autoridad General, tuve la bendición de tener como mentores a muchas de las Autoridades Generales de más antigüedad en la Iglesia. Un día, tuve la oportunidad de llevar al presidente James E. Faust en automóvil a una conferencia de estaca. Durante las horas que estuvimos en el automóvil, el presidente Faust tomó tiempo para enseñarme algunos principios importantes sobre mi asignación. Me explicó también cuán corteses son los miembros de la Iglesia, en especial con las Autoridades Generales. Dijo: “Lo tratarán muy amablemente, y dirán cosas agradables de usted”. Se rió un poco y luego dijo: “Dieter, esté agradecido por ello; pero que nunca se le vaya a la cabeza”.
Ésa es una buena lección para todos nosotros, hermanos, en cualquier llamamiento o situación de la vida. Podemos estar agradecidos por nuestra salud, riquezas, posesiones o posición, pero cuando se nos empieza a ir a la cabeza, cuando nos obsesionamos con nuestra posición social, cuando nos centramos en nuestra propia importancia, poder o reputación; cuando nos concentramos demasiado en nuestra imagen pública y creemos lo que otras personas dicen de nosotros, es entonces que comienza el problema; es entonces cuando el orgullo empieza a corromper.
Hay muchas advertencias sobre el orgullo en las Escrituras: “Ciertamente la soberbia producirá contienda, pero con los bien aconsejados está la sabiduría”.
El apóstol Pedro advirtió que “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”. Mormón explicó: “Nadie es aceptable a Dios sino los mansos y humildes de corazón” . A propósito, el Señor escoge a “lo débil del mundo… para avergonzar a lo fuerte”. El Señor hace esto para mostrar que Su mano está en Su obra, no sea que “ponga[mos] [nuestra] confianza en el brazo de la carne”.
Somos siervos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. No se nos da el sacerdocio para recibir reconocimiento y deleitarnos en los cumplidos. Estamos aquí para arremangarnos y ponernos a trabajar. Estamos enlistados en una labor extraordinaria. Somos llamados a preparar el mundo para la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. No procuramos nuestra propia honra, sino traer alabanza y gloria a Dios. Sabemos que la contribución que podemos hacer por nosotros mismos es pequeña; no obstante, conforme ejercemos el poder del sacerdocio en rectitud, Dios puede hacer que se lleve a cabo una obra maravillosa mediante nuestros esfuerzos. Debemos aprender, como lo hizo Moisés, que “el hombre no es nada” por sí mismo, pero que “para Dios todo es posible”.


(Dieter F. Utchdorf, Conferencia General, octubre 2010, Sesión del Sacerdocio)

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