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domingo, 14 de noviembre de 2010

La Vida de Miembro de la Iglesia de Jesucristo no es fácil, pero vale la pena vivirlo.

Harold B. Lee

Quizás penséis que en comparación, la vida de un miembro activo de la Iglesia no es fácil, con sus constantes inhibiciones y restricciones, con el servicio que tenéis que rendir, el sacrificio que se os requiere en forma de tiempo, talento, dinero y los problemas de conciencia que se desarrollan cuando actuamos por debajo de las normas que profesamos. Podéis pensar que esas energías aplicadas a otros quehaceres podrían pagar mejores dividendos, y que la religión debería dejarse para aquellos que no merecen nada mejor. Pero antes de llegar a una decisión final acerca del curso que vais a seguir, permitidme ayudaros a levantar vuestra visión hasta un punto de vista más elevado, para que así podáis ver las cosas como en realidad son.

La fruta hermosa y exquisita al paladar, no se desarrolla con tales atributos a menos que las raíces del árbol madre se encuentren plantadas en suelo rico y fértil, que al árbol se le administren a su debido tiempo la poda, el cultivo y el riego adecuados. Del mismo modo, los sabrosos frutos de la virtud y la castidad, la honradez, templanza, integridad y fidelidad, no han de encontrarse desarrollándose en un individuo cuya vida no esté fundada sobre un firme testimonio de las verdades del evangelio, de la vida y la misión del Señor Jesucristo. Para llegar a ser verdaderamente rectos se requiere una poda diaria de los brotes de maldad que se desarrollan en nuestro carácter, mediante un diario arrepentimiento del pecado. ¿Quién es el autor del programa que así disfraza la maldad y el pecado, para hacerlos tan deseables a nuestros apetitos? Cuando hubo guerra en los cielos, Lucifer, hijo espiritual de Dios aun antes de que la tierra fuese formada, le propuso un plan bajo el cual los mortales serían salvos sin ningún esfuerzo o elección, y por este servicio él demandó la gloria y el honor de Dios. El plan de nuestro Salvador Jehová, fue de darle a cada cual el derecho de elegir por sí mismo el curso que seguiría en la vida terrestre, y todo sería hecho para el honor y gloria de Dios, nuestro Padre Celestial. El plan de Jehová fue aceptado; el de Satanás fue rechazado.

(Harold B. Lee, Liahona, enero de 1972, pág. 2)

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