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viernes, 12 de noviembre de 2010

El Señor Jesucristo, quien es el Príncipe de Paz.

Entrada a Jerusalem

El Señor Jesucristo, quien es el Príncipe de Paz, nos enseña a establecer la paz en nuestros hogares. Él nos enseña a ser sumisos o, en otras palabras, ceder a la voluntad o al poder del Señor. “Ve y dile ‘lo siento’ ”. Él nos enseña a ser mansos o, en otras palabras, a ser “tranquilos; suaves; amables; no irritarnos ni enojarnos fácilmente; flexibles; dispuestos a ejercitar la paciencia”.  Él nos enseña a ser humildes o, en otras palabras, “modestos; mansos; sumisos; opuestos al orgullo, a la altanería, a la arrogancia ol jactancia”.

“Lo siento, perdóname por lo que hice”. Él nos enseña a ser pacientes o, en otras palabras, a “tener la cualidad de soportar los males sin murmurar ni irritarnos”, o a “mantener la calma ante el sufrimiento o las ofensas”.  Él nos enseña a estar llenos de amor. “Te amo y no quiero lastimarte”.

Sí, Él nos enseña a dejar de lado el hombre natural, como el padre del relato que le pidió ayuda al Señor. Así como ese padre tomó a su hija entre sus brazos de amor, de la misma manera el Salvador nos extiende Sus brazos para abrazarnos durante nuestros momentos de verdadero arrepentimiento.

Él nos enseña a ser “santos por medio de la expiación de Cristo el Señor”; y entonces nos reconciliamos con Dios y llegamos a ser Sus amigos. Doy testimonio de la realidad y del poder de la expiación del Salvador para limpiar, purificar y santificarnos a nosotros y nuestros hogares, mientras nos esforzamos por dejar el hombre natural y seguirlo a Él.

Él es “el cordero de Dios”, “Él es el Santo y justo”, “y se [llama] su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz”

(Juan Uceda, Conferencia General, octubre 2010, sesión del sacerdocio)

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