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jueves, 14 de octubre de 2010

Aprendamos a ser pacientes.

Un reloj

En la década de 1960, un profesor de la Universidad de Stanford dio inicio a un modesto experimento para poner a prueba la fuerza de voluntad de los niños de cuatro años. Puso frente a ellos un bombón grande y les dijo que podían comerlo enseguida o que, si esperaban 15 minutos, podían comer dos.

Entonces dejó a los niños solos y los observó desde el otro lado de un espejo falso: algunos comieron el bombón de inmediato, otros no esperaron más que unos minutos antes de ceder a la tentación y sólo un treinta por ciento logró esperar todo el tiempo.

Fue un experimento de leve interés, y el profesor pasó a otras áreas de investigación porque, en sus propias palabras: “no es mucho lo que se puede hacer con niños que están tratando de no comer bombones”. Pero siguió el rastro de los niños con el pasar del tiempo y se empezó a percatar de una correlación interesante: los niños que no pudieron esperar enfrentaron dificultades en etapas posteriores de la vida y exhibieron más problemas de comportamiento; mientras que los que esperaron demostraron la tendencia a ser más positivos y tener mayor motivación, mejores calificaciones, ingresos superiores y relaciones más sanas.

Lo que comenzó como un sencillo experimento con niños y bombones se convirtió en un estudio trascendental que sugiere que la facultad de esperar —de ser paciente— es un rasgo clave de la personalidad que puede predecir el éxito posterior en la vida.

Dieter F. Utchdorf, Liahona, mayo de 2010, págs. 56-59)

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