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martes, 3 de agosto de 2010

El poder del Perdón.

En Holanda, durante la Segunda Guerra Mundial, la familia Casper ten Boom usaba su hogar como escondite para aquellos que eran perseguidos por los nazis. Ésa era su manera de vivir de acuerdo con su fe cristiana. Cuatro miembros de la familia perdieron la vida por proporcionar ese refugio. Corrie ten Boom y su hermana Betsie pasaron unos meses de terror en el infame campo de concentración Ravensbrück. Betsie murió allí, pero Corrie sobrevivió. En Ravensbrück, Corrie y Betsie aprendieron que Dios nos ayuda a perdonar. Después de la guerra, Corrie estaba decidida a compartir ese mensaje. En una ocasión, ella acababa de hablarle a un grupo de personas en Alemania que sufría los estragos de la guerra. Su mensaje había sido: “Dios perdona”. Fue entonces que la fidelidad de Corrie ten Boom dio a luz una bendición. Un hombre se le acercó y ella lo reconoció como uno de los guardias más crueles del campo de concentración.

“Usted mencionó Ravensbrück en su discurso”, dijo él. “Yo fui guardia ahí…, pero desde ese entonces me he convertido en cristiano”. Él explicó que había procurado el perdón de Dios por las cosas crueles que había hecho; extendió su mano y preguntó:

“¿Me perdonará usted?”.

Corrie ten Boom entonces dijo: “Quizás no fueron muchos segundos los que él estuvo ahí, con su mano extendida, pero a mí me parecieron horas mientras yo luchaba con la situación más difícil que jamás había enfrentado. “…El mensaje de que Dios perdona tiene una… condición: Que tenemos que perdonar a los que nos han herido…

“…‘¡Ayúdame!’, oré en silencio.

‘Yo puedo extender mi mano; es todo lo que puedo hacer. Tú concédeme el sentimiento’.

“…Inexpresiva y mecánicamente estreché mi mano con la que él extendía hacia mí. Al hacerlo, sucedió algo increíble: Una corriente me empezó en el hombro, recorrió mi brazo y explotó en nuestras manos unidas. Y entonces esa calidez sanadora pareció inundar todo mi ser, lo que hizo brotar lágrimas de los ojos. ‘¡Lo perdono, hermano!’, exclamé, con todo mi corazón’.

“Por un largo momento nos estrechamos las manos; el antiguo guardia con la antigua prisionera. Nunca había conocido el amor de Dios tan intensamente como en ese momento”.

(Keith B. McMullin, Liahona, mayo de 2010, págs. 13-15)

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